Todavía me acuerdo de aquel tipo. Me acuerdo de su aspecto abatido, compungido a base ostias mal dadas pero con esa fachada de triunfador. Siempre muy elegante y aseado. Terriblemente engominado y con los años a cuesta. Mediría 1’75 más o menos, tenía unas hechuras hechas a base de buen comer y buen beber. No se podía quejar, demasiado bien se conservaba para la vida que había llevado. Su vida, vista desde fuera no dejaba de ser frustrante: en lo laboral se había estancado y en lo personal no había sido un triunfador tampoco. Un matrimonio roto sin haber llegado a la década de unión a causa de las continuas infidelidades de la que todavía era su mujer, una vuelta a casa de los padres cuando rozaba la cuarentena, y escarceos únicos en los bares de alterne… Por otro lado, su día a día la llenaba de aficiones estériles y otras muy propias de la ciudad donde vivía. Era un culturilla, como yo les llamo, un tipo que sabía de todo y nada a la vez: conceptos básicos fruto de haberse tragado uno a uno los documentales de la 2. Nada del otro mundo…
Todavía me acuerdo de aquella noche. Aquella de cervezas en la barra de las noches amargas. Las de penas contadas y codos clavados. Culo plano del tiempo pasado llorando su vida con demasiada melancolía. Golpes en el peco ante el gentil camarero… Vida destrozada sin consuelo ni reflejo. Me acuerdo de como la relataba con la amargura propia de la cerveza. Fria también, helada va dejándote petrificado, sorbo a sorbo, instante a instante, gota a gota… Le conté hasta el duodécimo botellín. Llegó hasta aquel que no se termina de agotar por ser el resto prácticamente intragable. Miró al bolsillo, solo un par de euros… Para posteriormente despedirse con un titubeo que trascendía de lo tímido a lo arisco. Luego volvió. Allí. A esa casa de paredes carcelarias. De soledad y tristeza. Se metió en esa cama, con ese viejo colchón, de sabanas ásperas. Cerró los ojos, su vida pasaba ante sus ojos a golpes borrosos. Arcadas salvadas. Al final cerró los ojos, todo está oscuro… Entre lágrimas despidió la madrugada… mañana será otro solitario día en su vida.
Todavía recuerdo lo que me dijo: «chaval, no vivas en soledad; sorteala mejor…» Recuerdo la frialdad de sus ojos, su pesadumbre en la mirada. Y recuerdo como mire para adentro, y cómo me di cuenta de que no se puede vivir solo. Seremos animales sociales o veté tu a saber… pero lo que me queda claro es que cada uno, a nuestra manera; con mayor o menor fuerza, de una manera o de otra… Lo que quieras, pero se nos hace imprescindible contar con alguien… o con algunos… por más que a veces queramos ser bohemios y presumir de soledad. Mentira.